Hay un gesto de placer en Aurelia, quien está recostada en una cama, mientras la reflexóloga Mabel Dávila le masajea delicadamente sus pies. El rostro de Aurelia denota placidez, pese a que padece un cáncer avanzado. En otra sala, María Elena y Susana inhalan y exhalan mientras se esfuerzan por flexionar sus piernas y acercarlas a sus hombros. Es la clase de yoga que tanto esperan cada semana. Susana, hija de María Elena, acompaña a su mamá, que está internada hace varios meses porque es una paciente anticoagulada. Isabel diseña un vistoso aro con una chapita y un pedazo de cartón, y Mercedes y Silvia, más allá, se potencian para terminar un collar y una pulsera. Es el taller de reciclado, en el que la creación manual eclipsa una fibromialgia obstinada.
Los profesionales de una de las cátedras de medicina interna del Hospital de Clínicas no sólo comprobaron que la reflexología, la musicoterapia, el yoga, la pintura terapéutica y la pintura mejoran la respuesta a los tratamientos, sino también la calidad de vida de los pacientes, sus familiares y hasta el personal que los asiste. “Estos talleres, que funcionan desde 2013, surgen a partir de que la medicina está en crisis, porque la ciencia va a la velocidad de la luz y todo a su alrededor tiene un ritmo vertiginoso. ¿Por qué las consultas médicas duran diez minutos? ¿Cómo vamos a tratar a un paciente en apenas un ratito?”.
¿Sólo el Clínicas cuenta con esta práctica de brindar talleres de reflexología, musicoterapia, yoga y reciclado, entre otros? “Sí. Porque esto exige dedicación, pasión, creatividad, pero especialmente tiempo. Yo estoy entre diez y doce horas en el hospital supervisando que todo funcione como corresponda. Esta tarea no es apta para los médicos-taxi, que trabajan en cuatro o cinco lugares distintos. Yo trabajo mucho porque entiendo que este tipo de trabajos no se pueden hacer telegráficamente”.
“Estamos tratando de llevar esta práctica a los hospitales del interior del país, pero aparecen obstáculos como la falta de ART, por eso no te contratan, y porque no está regulado el servicio de terapias complementarias, por lo que no se pueden generar puestos de trabajo”, se suma Mabel Davila, coordinadora general. “Al no estar regulada esta actividad, porque no tenemos títulos oficiales, surgen las trabas burocráticas, por eso estamos reuniéndonos, también, con directivos de las universidades de medicina del interior, para que se logre un enfoque humanístico en la cátedra, porque hablamos de la medicina humanista pero con acción humanitaria”.
Agrega Iermoli que “esta práctica , además, no tuvo eco en otras instituciones públicas porque es habitual el voluntariado, que es a voluntad, obvio, y los voluntarios sin estar capacitados se terminan cansando; aquí, en cambio, el interesado tiene vocación de servicio y recibe una capacitación y de esta manera se la forma para que pueda tener las herramientas para su futuro”.
“Pero la formación es esencial; de lo contrario, ¿cómo empatizás con un paciente?”, profundiza Davila, que advierte: “No todo el mundo sobrevive a esta tarea. Se necesita carácter, constancia y amor para congeniar con el paciente”.
Iermoli y Davila cuentan que hasta los propios empleados pueden acceder a ese “servicio”. “Siempre que sus respectivos jefes los autoricen. En ese caso tienen una vez por semana la posibilidad de contar con una sesión de reflexología, de yoga, de musicoterapia… Y lo que notamos es que la persona que empieza un tratamiento, no lo abandona más. Por lo general son los pacientes quienes aprovechan la oportunidad que, de otra manera, tendrían que pagarla y cuesta caro”, explica Davila, que agrega. “Experimentan una notoria mejoría y hasta los propios médicos les sugieren que no abandonen, porque muchas de las patologías surgen desde lo emocional más que de lo físico”.
“Para nosotros la empatía a través de la cultura, el lenguaje y la expresión corporal constituye la herramienta terapéutica más importante de la medicina diagnóstica. Si uno va a un médico que te mira a los ojos, te escucha y te brinda tiempo, desde el vamos esa persona se va a sentir mejor, con menos tensiones y estrés”, ejemplifica el mendocino Iermoli. “Escuchar al paciente es fundamental; atenderlo cinco minutos y llenarlo de estudios y recetas empeora su dolencia”.
Para Jésica, una de las reflexólogas, es significativo llegarle al paciente. “Yo no gano un peso pero siento la transmisión de energía y el contacto que se produce con el paciente“, siente. A su lado, su colega Morna cuenta que atiende a pacientes de ochenta y pico y “es muy estimulante ver lo bien que se sienten y cuánto esperan las sesiones“, apunta. “Arrancamos este año y venimos un día por semana a capacitarnos psicológicamente y otros dos días a brindar talleres de yoga y reflexología. Queremos seguir adelante, es un desafío y un privilegio ser parte del Clínicas”.
Está concurrido el bullicioso taller de reciclado. Y si bien se charla de todo, las asistentes -todas mujeres- están concentradas en su labor. Isabel Hermida (67) acepta la interrupción y necesita sacar de bien adentro: “Hace poco más de tres años que me diagnosticaron cáncer y lo primero que hice fue buscar ayuda de todo tipo. No quería quedarme estancada, en la cama, esperando que la muerte toque la puerta. Y hasta que llegué aquí, caí en manos de Maby (Davila), por lo que fui pasando por los distintos talleres y hoy me siento otra persona, ahora no me para nadie“, afirma exultante Isabel, que es paciente ambulatoria y va al Clínicas para hacer todos los talleres de terapias complementarias.
¿La enfermedad? “Estoy con tratamiento pero logré vencerla, pero no toquemos el tema -se mata de risa-, porque yo vengo aquí para hacer todos los talleres y olvidarme. En casa me pregunto ‘¿cuando es martes, cuándo jueves?’, para venir acá, no falto nunca”. Se emociona Isabel, mientras sus compañeras la escuchan atentamente: “No se queden chicas, y nunca se entreguen. Buscar ayuda es importante, y encontrar a mujeres como Mabel, no tiene precio”.
Mercedes Alurralde (66) está concentrada con su pequeña obra artística y dice que estos talleres “son fantásticos”, pero no le saca la mirada a su bijouterie. “Me encantaría participar de otras disciplinas, pero lamentablemente tengo que trabajar. A mí me hace muy bien el taller de reciclado, el de reflexología, pero sobre todo el cariño, la delicadeza y esa contención emocional me alivia mucho el dolor“, asegura la paciente de fibromialgia, quien había participado en el de musicoterapia.
Tímida se muestra Silvia Fransoni (62), quien toma las manos de Mabel, “la arquitecta” de la atmósfera amigable. “Ella me mantuvo en pie, yo perdí a Nico, mi hijo, hace poco. Y un lugar como éste, talleres gratuitos como los que ofrecen aquí, ayudan para pensar en la vida más allá, porque para mí la vida estaba terminada. Las chicas me exigen para que no deje de venir y cuando no puedo venir me siento perdida”, sonríe Silvia, madre de otros tres hijos, y también paciente del Clínicas.
Hace un año que ejerce, gratis, como “profe” de reciclado Roxana Zerón (54), que es también maestra jardinera. Y estudia reflexología con Dávila, pero en forma particular. “Podría no venir, pero necesito hacerlo, tengo mucha movida en casa“, cuenta Roxana, con un marido con cáncer y un hijo de 13 años con síndrome de Down. “Mi esposo Ricardo está bien, peleándola, y mucho lo ayudaron las terapias complementarias. “Y a veces lo traigo a mi nene Joaquín, que cuando no tengo con quien dejarlo, lo traigo a estudiar reflexología conmigo”.
Mabel Dávila, una de las que más hace pero también la más introvertida, acompaña a Clarín hasta el pasillo del piso 11 y deja una reflexión: “Todas estamos acá porque tenemos alguna historia dura detrás. Yo tengo a Oscar (22), un hijo discapacitado cuya enfermedad fue el para qué de todo esto. ¿Por qué? Porque cuando lo cuidaba durante su larga terapia intensiva, estaba sola, apabullada en esos pasillos desérticos, impersonales, sin nadie que te contenga ni que te abrace”.