“Estaba decidida a no poner un peso más y regalar todo: donar las máquinas a otros hospitales y abandonar la idea de crear un centro oncológico que, encima, ya estaba terminado. Que hicieran lo que quisieran. Yo estaba muy enferma, muy harta y muy decepcionada”. La voz de Elena Bonatti Rocca es cálida casi siempre. Ahora no. La determinación de sus dichos, el recuerdo de la indignación, oscurecen su tono.
Bonatti es una mujer en sus sesentas, nacida en Argentina pero criada en Italia, en el seno de una familia adinerada. De chica, además de oscilar entre Adrogué y Milán, hizo pie en uno de esos sitios donde el sol se pone a sus anchas, el horizonte es amplio, la gente te da el buenas tardes y abundan las historias mínimas: Curuzú Cuatiá, Corrientes.
Impulsada por un cáncer contra el que pelea hace cinco años, y al tener ella misma gran experiencia en hospitales como psicóloga infantil, quiso realizar una acción en favor de los habitantes de ese pueblo correntino: fundar un centro oncológico de primera generación que ofreciera el mismo nivel de tratamientos que ella misma usaba en Milán. Lo hizo. Su donación fue por el equivalente a 15 millones de dólares.
Pero la burocracia –esa medusa del inframundo que convierte en piedra a todo el que la mire fijo- se interpuso y frenó el proyecto. Podrían escribirse largos capítulos dedicados a las idas y vueltas de los últimos cuatro años: o sea, cómo modernos equipos oncológicos traídos de Estados Unidos y Alemania quedaron estacionados, ociosos, en Curuzú Cuatiá. Y cómo médicos correntinos que habían sido enviados por la propia Bonatti a capacitarse a Milán debieron aguardar, cosiendo y descosiendo, el avance parsimonioso de un proyecto, que aunque había sido concebido con el modelo público-privado, sólo contaba con el apoyo de la segunda mitad.
Un colaborador de Bonatti aportó más detalles: “Se acordó que ella se haría cargo de la construcción y del equipamiento, y la provincia haría, con eso, un centro público. La idea era dar servicio gratuito a quien lo necesitara y, además, que el centro funcionara para afiliados de prepagas y obras sociales. La construcción se hizo y se compraron los equipos, pero la provincia nunca se hizo cargo. La realidad es que ella no puede fondear la parte pública ad eternum“.
En el final de esta historia (y a un año de haber difundido una carta lapidaria contra las autoridades correntinas, que derivó en una movilización de miles de personas), Elena triunfó. La escena pudo verse el pasado 15 de noviembre, cuando se abrieron, por fin, las puertas del moderno Centro Oncológico “Anna Rocca de Bonatti”, nombre que eligió en homenaje a su madre.
En cuanto a los corazones de piedra, más movidos por el señalamiento social antes que por la causa, asistieron a la inauguración, aplaudieron la perseverancia de Bonatti contra el ninguneo administrativo que ellos mismos habían interpuesto y prometieron 153 millones de pesos para el funcionamiento del establecimiento de salud.
“El centro simplemente no le interesaba a ningún político“, analizó Bonatti, en una charla con Clarín, días antes del ansiado 14 de noviembre. “Yo me encontré sola: la soledad de no poder entender por qué la gente que puede, y no sólo económicamente, cambiar la vida de otras personas, no lo hace. Todavía estoy esperando y hasta ahora no vimos un centavo. Tendrían que habernos dado 18 millones a fines del año pasado. Y está previsto que la provincia ponga un total de 150 millones de pesos. Espero que, tras la inauguración, nos acompañen”.
¿Qué mueve a alguien a donar 15 millones de dólares a una localidad de 34.000 habitantes en el Litoral argentino? ¿Qué es lo especial de Curuzú Cuatiá? ¿Y de Bonatti? “En realidad fue mi padre el que compró una estancia ahí cuando yo era chica. Quizás disfrutara la soledad de la zona. Años después, yo misma me compré un campo ahí”, informó antes de enumerar: “Curuzú Cuatiá es mi lugar. Es el paisaje, el horizonte. O son esos ñandubay cuando cae el sol. O los animales salvajes”.
“O la gente”, siguió, mirando una Santarrita fucsia exultante en su balcón. Vive en un piso amplio y fino del barrio de Palermo. La decoración es cuidada y ecléctica; clásica, pero con toques de diseño. Abudan imponentes piezas del arte moderno, majestuosos lienzos que cubren paredes enteras. En un rincón, unas fotos muestran a Bonatti abrazada a sus dos hijos.
“No hay diferencias entre un hijo adoptado y uno que no. Me molesta mucho cuando dicen ‘la madre verdadera’. Los adopté de recién nacidos: primero uno y después el otro. Son hermanos. Yo los veo felices. Eran del norte del país. Ahora tienen 21 y 22 años”, compartió.
Psicología infantil, adopción, donación… ¿hay un sentido común? “Yo tuve una formación humanista. Me especialicé como psicóloga infantil en Londres y trabajé en hospitales de niños, con chicos con cáncer y autistas. Después me fui a Yale, Estados Unidos, y trabajé en un hospital de Nueva York. En Inglaterra estudié el estilo kleiniano (por Melanie Klein), pero en Estados Unidos era otra mirada. A mí siempre me interesó la otra mirada“.
Volvió a Italia a los 30: “Trabajé en los servicios de salud mental de Milán, con gente en situación de pobreza, en zonas donde la policía no entraba. Me ocupaba de los chicos adoptados. Eran situaciones de gran dolor. Y me di cuenta de que podía adoptar”.
Algo de su fortaleza quizás se haya gestado entonces: “No fue fácil. Con Agostino me llamaron tres veces para decirme que no se iba a poder concluir; que la madre había cambiado de idea”, recordó, y dijo: “Hoy el vínculo es buenísimo. Me adoran”.
Pero no son días sencillos: “Hoy me hice quimio y mi hija me acompañó. Tengo que decir que ahora que estoy bastante enferma y que pensé que podría llegar al final de mi vida, estoy bastante satisfecha con lo que hice. Esto viene de mi mamá y mis abuelos: siempre mirar la parte positiva, vivir el momento. Hace cinco años estoy enferma, pero no estoy deprimida. Y por eso me metí en esto. No puedo creer que la semana que viene, finalmente…”
Y ocurrió. El Centro Oncólogico “Anna Bonatti de Rocca” ya está abierto. Tiene 2.150 metros cuadrados y promete convertirse en un referente de salud regional.
Le preguntamos si donar puede ser visto como un “parche”. Ella, enfática, aclaró: “Esa es la clásica respuesta de un cínico. Yo no pretendo resolver los problemas de la Argentina. Soy residente italiana y quise hacer esta donación. Si se aceptaran los parches, lo que el privado quiere hacer, muchas cosas funcionarían mejor”.
En el minuto final, Elena accede a mostrar sus cuadros: “Soy una amante del arte, una esteta. Me gusta la belleza. Me encanta leer y estar sola. Tengo muchos amigos, pero no soy una persona con una vida social. En realidad, aprecio todo: esas flores maravillosas, mis hijos…”
– ¿Y qué la enoja?
A mí me enoja la estupidez.