Cuando los líderes europeos tomen su histórica decisión final sobre el Brexit, deben tener en cuenta una cuestión fundamental: ¿La UE es solo una unión de gobiernos o es también una Europa de ciudadanos, personas, democracia y destino?
En el referéndum de 2016, más de 16 millones de ciudadanos británicos votaron que el Reino Unido permaneciera en la UE. Si la ciudadanía europea fuese personal y directa, en vez de contingente por tratarse de un ciudadano de un estado miembro, la UE tendría una responsabilidad clara hacia nosotros, los europeos británicos. Si fuésemos un país, seríamos el noveno más grande de la Unión, después de Holanda y antes de Bélgica1. Se unen a nosotros unos 3 millones de ciudadanos de otros países de la UE que viven en Inglaterra. También hay más de 1 millón de ciudadanos ingleses que viven en otros lugares de la UE. En total, eso suma más de 20 millones de europeos.
Cientos de miles de nosotros volvimos a estar en las calles de Londres, como los alrededor de 700.000 que estuvimos en octubre último, demostrando que no somos meramente europeos, sino europeos fuertemente a favor de la UE. Esa marcha llevada a cabo en el otoño londinense y convocada por la organización People’s Vote (Voto del Pueblo) fue en ese momento la mayor manifestación pro Europa de la historia europea reciente. Una petición para revocar el artículo 50 obtuvo más de 2 millones de firmantes en menos de 48 horas: un acontecimiento sin precedentes. ¿Los líderes europeos sencillamente nos van a ignorar?
Además de los ciudadanos individuales están las poblaciones de estas islas. Gran Bretaña es una nación formada por tres naciones, Inglaterra, Gales y Escocia, además de parte de una cuarta, Irlanda. Los otros 27 miembros de la UE han tenido un comportamiento impresionante en cuanto a su solidaridad con Irlanda, en contra del imperdonable descuido post imperial de los partidarios ingleses del Brexit. ¿Pero qué pasa con Escocia, con sus 5,4 millones de personas? Escocia votó permanecer en la UE por una mayoría de 62% a 38%. ¿Los dirigentes de Eslovaquia, Eslovenia, Letonia y Estonia no se acuerdan de lo que es ser un país chico subordinado a otro más grande?
Después está la democracia. Se puede entender muy bien que nuestros compañeros europeos hayan reaccionado con incredulidad y burlas ante la extraordinaria opereta que el Parlamento de Westminster presentó durante los meses recientes. Mientras Donald Trump Jr resopla que la democracia británica está cualquier cosa menos muerta, lo que pasa en Westminster demuestra que lo cierto es totalmente lo opuesto, a diferencia de lo que ocurre en el edificio del Parlamento que más se le parece arquitectónicamente, a orillas del Danubio, en Budapest.
Algunos pueden reírse de que el portavoz de la Cámara de los comunes invoque una norma de procedimiento que data de 1604, pero es un recordatorio de que desde el siglo XVII la forma inglesa de revolución ha sido y es hacer valer la autoridad del Parlamento sobre el poder excesivo del Ejecutivo: desde el rey Carlos I hasta Theresa la Desventurada. Una moción para que el Parlamento tomara el control del proceso del Brexit fue derrotada por apenas dos votos; otra moción tuvo éxito.
¿Los líderes de la UE quieren realmente despreciar a una Gran Bretaña democrática mientras siguen aceptando a una Hungría antidemocrática?
Por último, si bien no por eso menos importante, está el destino compartido. La apasionante visión de Emmanuel Macron de una Europa con poder suficiente para defender nuestros intereses y valores compartidos en un mundo cada vez más post occidental será imposible de lograr si el poder duro, el poder económico y el soft power de Gran Bretaña se orienta a trabajar a contrapelo y no a favor de Europa. Y los dirigentes europeos no deben hacerse ilusiones: es esa disonancia a través del Canal de la Mancha y no una cooperación estratégica armoniosa lo que resultará consecuencia casi segura del Brexit.
¿Qué deben hacer, entonces, los líderes europeos con visión de futuro? La decisión tomada por el Consejo Europeo al cabo de un largo y dramático análisis el jueves 21 de marzo es dura pero enteramente racional. Le dio a Gran Bretaña tres semanas, hasta el 12 de abril, para aprobar el acuerdo de May (en cuyo caso el Reino Unido se retiraría de manera ordenada, el 22 de mayo o antes), o para presentar una alternativa creíble que justifique una prolongación mayor. La lógica legal indica que el 12 de abril es la última fecha en que Gran Bretaña puede empezar el proceso para participar de las elecciones europeas en regla, junto con todos los demás miembros de la UE. La lógica política indica que esto fuerza al Parlamento británico a decir por fin qué quiere realmente y no solo qué es lo que no quiere.
Ahora el Parlamento toma control del proceso finalmente. Fracasando el acuerdo de May en una tercera “votación significativa”, la Casa de los Comunes podría ahora proceder a una serie de “votaciones indicativas” que señalen apoyo a diversas opciones. Si ya sea la permanencia en una unión aduanera o la llamada opción Noruega plus (permanecer en la unión de mercado único y aduanas) obtuvieran una mayoría clara, y si —un si grande— May (o un primer ministro interino que la reemplace) antepusiera finalmente el país al partido y aceptara esa visión interpartidaria, solo harían falta cambios en la Declaración Política, y Gran Bretaña podría retirarse bastante antes de las elecciones europeas.
El camino más promisorio a seguir, tanto para Gran Bretaña como para Europa, es el que prevé la enmienda Kyle-Wilson, llamada así por los dos diputados que la propusieron. El Parlamento votaría por el acuerdo, pero solo con la condición de que después haya un “referéndum confirmatorio” en el cual el pueblo británico tuviera opción entre ese acuerdo y permanecer en la UE.
Para implementar adecuadamente este segundo referéndum —así como para que haya elecciones europeas en Gran Bretaña en mayo— se requerirían por lo menos cinco meses, lo cual nos lleva al otoño local. Algunas encuestas recientes muestran mayorías ajustadas pero en aumento tanto a favor de hacer un referéndum como de permanecer en la UE. Si la democracia británica —el Parlamento que representa a la gente— logra llegar al punto en que el gobierno retorna a una cumbre especial de la UE programada para el 10 de abril (o antes) con esa propuesta, incluido el compromiso de celebrar elecciones europeas en el Reino Unido, sería extraordinariamente miope por parte de los dirigentes europeos que no otorgaran la necesaria prolongación adicional que permita al pueblo británico determinar si lo que realmente quieren es el Brexit.
El sendero que lleva a este mejor camino para salir del embrollo del Brexit es todavía estrecho e incierto, pero lo apoyan muchos millones de europeos británicos y ciudadanos de la UE que viven en Gran Bretaña, y rinde el debido respeto a Escocia, una pequeña pero gran nación europea. Hasta un Brexit suave sería mejor que el Brexit semicrudo y ciego que se propone actualmente, para no hablar del desastre del no acuerdo. Si los gobernantes europeos creen en una Europa de ciudadanos, pueblos, democracia y destino compartido, deberían dar a los europeos británicos esta última oportunidad. ♦
Timothy Garton Ash es Historiador. Profesor de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford
Copyright Timothy Garton Ash, 2019. Traducción: Román García Azcárate.
Fuente: Clarin
Fecha: 31-3-2019