¿Qué contiene el cannabis medicinal? Cada vez más pacientes mandan sus frascos a analizar a laboratorios universitarios

Es porque la producción es artesanal. Buscan saber qué componentes tiene el aceite y si hay toxicidad. El análisis lo hacen las universidades de Rosario, La Plata y la UBA. Cada análisis cuesta entre mil y 2.500 pesos.

El uso medicinal del cannabis crece: en la primera edición de Expo Cannabis, que duró tres días y a la que asistieron 56.000 personas, uno de cada tres asistentes era mayor de 60 años y consultó por los alcances terapéuticos de la planta. A la par de ese incremento de la demanda, crecen las consultas a los laboratorios universitarios que analizan aceites y cremas artesanales elaborados con la planta para determinar sus componentes y si existe toxicidad.

“Entre 2017 y 2018 recibimos 370 muestras para analizar. En lo que va de este año ya recibimos más de 400. Sólo en octubre nos llegaron 80 muestras para analizar, y ya no bajamos de los 30 o 35 casos por mes”, describe Esteban Serra, que es bioquímico y encabeza el laboratorio de la Facultad de Ciencias Bioquímicas y Farmacéuticas de la Universidad Nacional de Rosario que presta el servicio de analizar aceites o cremas elaborados con la planta del cannabis, o incluso flores que se usarán para esa preparación. “Es un servicio abierto a la comunidad y se cobra 1.000 pesos por cada análisis”, explica.

En un laboratorio compartido por la Facultad de Bioquímica de la Universidad Nacional de La Plata y el Centro de Investigaciones del Medio Ambiente que el Conicet tiene en la capital bonaerense también se nota el incremento de la demanda. “Tenemos un convenio con el Instituto de Oncología Ángel H. Roffo: este año recibimos 200 muestras de pacientes de allí. Pero, además, recibimos otras 500 muestras de pacientes particulares. Hay un aumento general del interés en los derivados del cannabis como una opción terapéutica”, sostiene Darío Andrinolo, coordinador del proyecto. En La Plata, el análisis cuesta 2.500 pesos.

“El análisis se hace a través de un cromatógrafo, un dispositivo que permite separar e identificar los componentes de un producto. Nosotros buscamos cinco cannabinoides: THC ácido, THC neutro, CBD ácido, CBD neutro y CBN. Los análisis nos demuestran que hay mucha variabilidad en las distintas concentraciones de esos cannabinoides según la muestra”, describe Andrinolo, y suma: “Todas las muestras tienen THC -componente psicoactivo de la planta de cannabis- porque en general son producciones de plantas que derivan de otras cuyo uso original fue el recreacional”.

“El Epifractán, un aceite industrial de cannabis que se produce en Uruguay, tiene entre 50 y 100 miligramos de cannabinoides por mililitro. La media de los aceites que se producen localmente tienen unos 2 miligramos por mililitro. La primera lectura es que son aceites ‘truchos’ o rebajados, pero los datos sobre que aún en esas concentraciones baja la dosis y se mantienen los efectos positivos en el paciente son contundentes”, afirma Andrinolo. Según explica, “la industria farmacéutica acostumbra a que cada medicamento tenga una sola droga o a lo sumo dos, y en los aceites artesanales, como los cannabinoides están juntos y actúan en ese conjunto, se produce lo que se llama ‘efecto séquito’ y las concentraciones necesarias pueden ser menores”.

La cátedra de Farmacognosia de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires también analiza muestras de aceite o crema de cannabis, aunque todavía el servicio no está abierto a la comunidad. Como en Rosario y en La Plata, reciben -aunque, por ahora, de personas conocidas o de quienes se acercan con una receta médica que indica el uso terapéutico del cannabis- muestras diluidas en aceite de oliva o de coco. La cátedra de Toxicología de esa misma facultad presta un servicio abierto: analiza muestras por 1.090 pesos.

“La mayoría de los pacientes tienen más de 60 años y usan el cannabis para aliviar dolores causados por el cáncer, la fibromialgia y la artrosis“, describe Catalina van Baren, profesora adjunta de la cátedra de Farmacognosia. “Encontramos muestras en las que la proporción de THC -psicoactivo- es más alta que la del CBD -el cannabinoide que se destaca en los aceites industriales-. Suele ser una relación de 7 a 3. Y también encontramos un 10 por ciento de muestras sin cannabinoides o con muy poco, cantidades subterapéuticas. Pueden ser casos en los que se entrega aceite con el cannabis demasiado diluido“, asegura.

Serra da cuenta de la expansión de las consultas así: “Antes recibíamos muestras sólo a través de asociaciones cannábicas. Ahora cambió el perfil del usuario: lo trae cualquiera. Un 75 por ciento de gente nos cuenta que lo consume por dolor. Y de esa proporción, el 90 por ciento son adultos y especialmente adultos mayores. Los dolores causados por artritis, artrosis, esclerosis múltiple o miopáticos son las patologías más frecuentes”.

Como en la UBA, en Rosario las muestras también son más ricas en THC que en CBD. “Los aceites más diluidos son los que se producen artesanalmente para comercializar. Los artesanales no comerciales suelen estar más concentrados, hasta diez veces más“, afirma Serra. “Sabemos de gente que está produciendo, para comercializar o para su uso personal o solidario, y está preocupada por lograr una planta cada vez más efectiva. Por eso están dispuestos a pagar lo que cuestan estos análisis”, suma.

Ninguna de las muestras analizadas en La Plata o en Rosario halló algún tóxico. En los análisis de la cátedra de Farmacognosia de la UBA sí hubo casos: “No tengo estadísticas, pero hemos encontrado metales pesados. Si cerca de donde crece la planta hay un río que ha recibido afluentes tóxicos de, por ejemplo, una industria, la tierra puede estar contaminada”, sostiene Van Baren.

“Como nuestro servicio no es abierto a la comunidad, no notamos tanto el impacto del crecimiento de la demanda. Pero en Toxicología las consultan han ido siempre en aumento”, describe la docente de la UBA. Y agrega: “Ante el vacío legal y por la gran necesidad de sentir menos dolor, muchos pacientes no tienen otra salida más que recurrir al mercado informal y ahí surge la importancia de saber qué están consumiendo. Por eso hacen estos análisis”. Serra señala otra complicación: “En muchos casos, cuando un aceite que un paciente compra le resulta efectivo, después se encuentra con que la producción del cultivador no es exactamente igual. Nos consultan a nosotros cómo hacer para dar con un producto que les funcione, y el Estado no les está respondiendo”.

En 2017 el Congreso legalizó la investigación y el desarrollo del uso medicinal del cannabis. La reglamentación de esa ley restringió sus alcances a una sola patología: epilepsia refractaria. El Estado argentino, a través del Programa Nacional para el Estudio y la Investigación del uso Medicinal de la Planta de Cannabis y sus Derivados y Tratamientos No Convencionales, destina 986 pesos por día a estos fines. En 2019 el presupuesto fue el mismo que el año anterior, a pesar de una inflación anual estimada en más del 50 por ciento. El autocultivo del cannabis sigue criminalizado.

La reglamentación de la ley instó a abrir el Registro Nacional de Pacientes en Tratamiento con Cannabis: hasta octubre de este año se inscribieron 265 personas con epilepsia refractaria para ser parte de los ensayos clínicos que llevará a cabo el Estado. Sólo empezó uno, en el Hospital Garrahan. Sólo las más de 400 muestras de usuarios que se acercaron al laboratorio rosarino en lo que va de 2019 superan la marca del Registro Nacional: son personas en busca de soluciones para la salud.