Casi me infarto mientras llegaban los participantes a la segunda clase del taller en una residencia geriátrica. Una de las señoras, Elfie, se acerca y me dice: “Yo vine solo para decirle que no voy a venir más, porque usted nos dijo que escribiéramos alguna anécdota de cuando éramos niños y teníamos una mascota y yo tuve una infancia muy desgraciada, y estuve pensando en eso y me hizo muy mal”.
Al escuchar estas palabras pensé que el piso se abría bajo mis pies, ¿Qué había hecho? ¿Qué había despertado en esa señora? ¿Y si se enfermaba después de eso?, mil preguntas horribles pasaron por mi mente. Recuperé el aliento y le dije que no era obligatorio escribir, sólo una sugerencia y que si le hacía mal no precisaba hacerlo. Le sugerí que se quedara a escuchar en unos sillones contiguos a la mesa que usamos para los encuentros porque ese día yo había llevado unos cuentos muy lindos. Refunfuñando, Elfie aceptó y se quedó, y sigue estando seis años después, y es la que más participa, la que más escribe, inclusive saca información de internet para comentarla en los encuentros, y ha escrito unas divertidísimas historias de ella con sus hermanos, como cuando desarmaron un reloj cucú porque querían ver dónde estaba la comida del pajarito, o cuando vistieron con un camisón de una muñeca a un sapo y lo pusieron en una cunita que armaron, o cuando ella, muy pequeña, se quedó sola en la casa porque los padres habían salido, y escuchó pasos en la escalera y se asustó y se metió debajo de la cama y se hizo pis. Bueno, Elfie es muy divertida.
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La vida a veces nos lleva por senderos insospechados. Jamás me iba a imaginar que estaría dedicada a dictar Talleres Literarios para Adultos Mayores en Residencias Geriátricas, y que esa actividad llenaría mi alma de alegría. Quizás el sendero comenzó antes, pero fue para 2014 -tuve que buscar una residencia geriátrica para mi madre- cuando mi vida se encaminó hacia mi actividad actual.
Buscar un establecimiento de ese tipo que sea adecuado es una tarea agotadora, tanto física como mental. Pero finalmente conseguí un lugar que cumplía todos los requisitos que la familia pretendía: limpieza, buena comida, cercanía con el lugar en que vivíamos, buena atención y algunas actividades.
Por ese tiempo yo estaba promediando la Carrera de Coordinador de Talleres Literarios. Escribo poesía Haiku (poesía de origen japonés, muy breve, y relacionada con la Naturaleza). Si bien no tengo una formación académica en el mundo de las letras (soy Computador Científico egresada de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA), siempre estuve vinculada con la literatura, sobre todo leyendo desde chica, y ya más grande concurriendo a talleres literarios para intentar escribir algunas ideas. De hecho, soy escritora. Pero para dictar esos Talleres Literarios decidí capacitarme, por lo que hice la carrera de Coordinador de Talleres Literarios.
Cuando descubrí el lugar adecuado para mi madre, vi que tenían muchas actividades pero nada relacionado con la literatura. Presenté la propuesta de armar un Taller Literario en el lugar. Aceptaron y la psicóloga me dio algunas recomendaciones: que los cuentos que les leyera fueran cortos y lineales y no forzarlos a responder preguntas.
Entusiasmada, preparé el desarrollo de los cuatro primeros encuentros, recuerdo que el primer cuento fue “El perro que aprendió a ladrar”, de Mario Benedetti. Es realmente muy breve, pero yo había preparado además algunos consejos para cuando escribieran y preguntas acerca del cuento, además de leerles la biografía del autor.
Pero nada resultó como esperaba. Me encontré ante una audiencia que me miraba fijo, nadie hablaba. Leí la biografía de Benedetti, luego el cuento, no habrían pasado ni cinco minutos y allí estaba yo, desconcertada ante esa audiencia que me miraba muda. Me di cuenta al instante de que no podría darles instrucciones de cómo escribir, ni reglas ortográficas, ni sintácticas. Traté de hacer preguntas relacionadas con mascotas que hubiesen tenido, pero solo respondían con monosílabos, los que respondían. Desesperada ante esta situación comencé a hablar de mis mascotas, ¿qué podía hacer si nadie hablaba?, y así fue pasando una media hora donde di por terminado el encuentro.
En el lugar me habían pedido que los primeros encuentros fueran cortos -la edad promedio es de 85 años- para no cansar a los participantes, y la verdad que yo di gracias a Dios que la media hora hubiese pasado, ya no sabía de qué hablarles.
Luego de esta primera experiencia pensé en desistir, rompí los papeles con las otras tres clases que había preparado, nada de eso servía, tenía que rever todo el desarrollo de las mismas. El promedio de la edad de las personas residentes en un Hogar para Adultos Mayores es de ochenta años. Eso significa que muchos tienen problemas de artrosis en las manos por lo que no pueden escribir, a veces no ven bien y tampoco escuchan bien.
Para el siguiente encuentro preparé dos o tres cuentos cortos, me cercioré de que leerlos me llevara más o menos quince o veinte minutos y además de la biografía del autor, preparé una consigna para que escribieran algo para el tercer encuentro. Aunque la realidad es que dudaba que alguien concurriera después de la fría recepción del primero. Pero para mi sorpresa, todos volvieron, y aunque no estuvieron muy habladores, participaron de la lectura de los cuentos con interés.
Poco a poco después de esos primeros encuentros las cosas se fueron amoldando. El taller literario inicial se convirtió en una tertulia literaria: les leo uno o dos cuentos, ellos leen lo que escribieron según la consigna que les di en el encuentro anterior y si hay tiempo comentamos alguna noticia de actualidad o algún artículo interesante que traen.
No todos escriben, ya lo dije, porque muchos tienen problemas físicos para hacerlo, pero además de Elfie, está Ruth, que es una perseverante escritora, a veces de historias propias, o a veces copia cuentos con moraleja de algún libro. Y lamentablemente el año pasado falleció Lisa, justo antes de cumplir los cien años, una señora increíble, con una memoria alucinante y un espíritu envidiable a pesar de sus falencias físicas que le impedían caminar. Ella, Isabel, a quien llamaban Lisa, había trabajado en la Librería Goethe por más de cuarenta años, allí conoció a Jorge Luis Borges, a quien le vendió una Enciclopedia. También viajó por todo el país, y escribió detalladas crónicas de sus viajes por todas las provincias. Dejó una huella imborrable en nuestros corazones.
Como había mucho material escrito, se nos ocurrió editar un libro con los textos de los participantes para fin de cada año, y así fue como editamos: Escribiendo bajo los Pinos 2014, 2015, 2016, 2017.
Como siempre estoy buscando nuevas actividades para complementar las tertulias, hace un año me enteré del auge de las Autobiografías Guiadas (GAB). Me pareció una idea excelente para aplicarla en los talleres. Por eso hice una capacitación on-line en el Centro Birren de California, y el año pasado, a través de reuniones grupales y personales, desarrollamos la autobiografía de cada uno de los participantes de las tertulias.
Durante las entrevistas me maravillé de cómo los participantes compartían no solo sus vivencias sino también sus sentimientos y emociones: las lágrimas de Oscar cuando relataba anécdotas de su fallecida esposa, el tierno recuerdo de Ruth hacia sus dos gatitas “Blackie” y “Chiquita”, las interesantes experiencias de Antonia en sus investigaciones médicas junto al doctor Houssay, el viaje que Alberto realizó a la NASA y el impacto que le produjo estar en ese lugar tan emblemático, y tantas otras historias que fueron importantes en sus vidas, forjaron su carácter y su personalidad, y permanecen en ellos como valiosos recuerdos.
En el año 2014, yo les había leído el cuento “El Circo” de Jack Canfield, donde un hombre con su hijo van al circo, y al ver que una familia humilde no tiene dinero suficiente para comprar las entradas, el hombre hace que toma un billete de veinte dólares del piso y se los da al padre de la familia diciéndole que se le cayó del bolsillo. Ellos se quedaron sin ver la función, pero felices.
En el Taller de Autobiografías yo volví a leerles ese cuento el día en que hablamos de valores espirituales. Lisa, la señora de cien años de quien hablé anteriormente, siempre había hecho referencia al mismo, como si le hubiera gustado mucho. Pero el día que lo leí por segunda vez, sus ojos se llenaron de lágrimas y rompió a llorar.
Cuando logramos calmarla, nos contó que algo parecido le había pasado de niña, por eso el cuento de Canfield la emocionaba tanto.
“Cuando yo era pequeña, mi padre todos los domingos me daba una moneda y me llevaba al parque para que me comprara una golosina. Un domingo, como hacía calor, yo elegí un helado. Allí, en el puesto de los helados, había un hombre con su hijo tratando de que el heladero les vendiera un helado a menor precio porque no tenían mucho dinero. Es el cumpleaños de mi hijo, decía el hombre acongojado. Entonces, mi padre me llevó aparte y me dijo: Lisa, tú le vas a hacer un regalo de cumpleaños a este niño, y le dijo al heladero: mi hija le quiere regalar a este niño un helado por su cumpleaños, págalo Lisa, y yo, a regañadientes, puse mi moneda en la mano del heladero”. Mi padre me tomó de la mano y nos alejamos mientras yo veía como el niño se comía mi helado. En ese momento no lo entendí, pero ahora me doy cuenta de la buena acción que hizo mi padre a través mío, y le estoy agradecida por ello y por todas sus enseñanzas”.
Esta historia nos conmovió mucho y muestra como una autobiografía puede hacer que las personas vean los hechos pasados desde otra perspectiva, como le pasó a Lisa.
El hecho de recordar distintas instancias de sus vidas, les reafirmó su sentido de existencia y recibí muchas confidencias, más parecidas a una confesión que a un relato.
Fue una experiencia enriquecedora.
Ese trabajo se plasmó en el libro de fin de año que se llamó “Dejar Huella” y donde están las biografías de los más de veinte participantes de los Talleres Literarios.
A los adultos mayores en residencias geriátricas les beneficia este tipo de talleres. Yo no soy académica en Gerontología, solo incursiono en la parte literaria pero no puedo dejar de notar el avance cognitivo que les produce este tipo de actividad. Salen de la inacción en la que se hallan la mayoría del tiempo. Dejan de ser “Los Eternos Olvidados”.
Los adultos mayores son personas con una vida recorrida, por lo que hay que tratarlos como tales. Generarles actividades interesantes. Darles un objetivo. Ellos agradecen el esfuerzo que uno hace para que las tertulias sean animadas, esto se ve en el interés que ponen semana a semana al escribir o traer información para discutir en la reunión. Al final, se genera un vínculo.
Es tanto el amor y la gratitud que recibo de parte de los participantes de los talleres que me siento mal si alguna vez no puedo ir por algún motivo personal. Siento que recibo más de lo que les doy, y les estoy agradecida por tanto amor. Como dice Antoine de Saint Exupéryen El Principito, siento que de alguna forma “me han domesticado”.
Actualmente estoy dictando estos talleres en dos lugares cercanos a donde vivo, y también talleres de autobiografía -algo nuevo que me entusiasma y que, creo, es fantástico para los adultos mayores-. Me maravillo con las lecturas de los trabajos que realizan los participantes semana a semana.
Y agradezco al destino que me puso en este camino.
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Liliana Weisbek es tapicista, mosaiquista, escritora, todos senderos en busca de una forma de expresión. Autora de la novela “Irina, crónica de un genocidio olvidado” y del libro “Artesanías con Mosaico”, sus cuentos y poesías Haiku integran antologías de Argentina y España. Obtuvo diversos premios y menciones como el de San Luis Libro y la Fundación Victoria Ocampo. Ama cocinar, la pastelería, cultivar una huerta orgánica y la naturaleza. Desde 2014 dicta Talleres Literarios para Adultos Mayores (escribiendobajolospinos.blogspot.com) y actualmente, desde Don Torcuato, donde reside, inició los Talleres de Autobiografía Guiada (GAB), siendo la primera Instructora Certificada del Centro Birren de California en Argentina (autobiografiadejarhuella.blogspot.com).
Fuente: Clarín
Fecha: 17-5-2019