Ahí está. Espera en silencio la primera pregunta. ¿Cuál es la indicada para arrancar esta charla? ¿Si lo conoció o al menos lo tuvo a unos metros? ¿Si tiene objetos suyos, libros, manuscritos? ¿Si en la familia alguien entendía remotamente eso del inconsciente, el Yo, el Superyó y el Ello? O sea, ¿qué se siente ser familiar de una de las más grandes y paradigmáticas figuras del siglo XX, Sigmund Freud?
La Argentina tiene la mayor densidad poblacional de psicólogos del mundo, se sabe. Pero ¿alguien tenía presente que parte de la familia Freud hubiera emigrado a la Argentinaantes de la Primera Guerra Mundial? “Mi abuelo materno, Samuel Freud, era primo hermano de Sigmund Freud. Samuel emigró a la Argentina antes de la guerra del ‘14. Once hermanos de Samuel, así como las hermanas de Sigmund, murieron en campos de concentración”, repuso Knobel Freud.
Freud, el apellido, le viene de su madre. Knobel, de su padre Mauricio, (¿casualmente?) un reconocido psicoanalista argentino, docente de Psicología en los años 60, cuando la futura facultad germinaba dentro de las paredes de Filosofía y Letras.
En la charla, Knobel Freud explica que no quiere hablar de sí mismo (“por los pacientes”), pero, claro, las palabras saben huir de todo radar…
Su acento confirma que hace años reside en Barcelona, y que en algún rincón están vivas las “eses” aspiradas de su infancia en la Argentina, donde nació. De sus expresiones también se deduce algo, una búsqueda: portar con altura el apellido Freud, sin quedar enteramente pegado al friso de su tío abuelo, Sigmund.
En Knobel Freud uno busca algo de Freud. Ese algo está, pero renovado. La provocación crítica salida de la inquietud teórica es común a ambos, sólo que Joseph innovó a su modo: se separó de sus pares y divulgó, con palabras entendibles, su práctica.
¿En contra? Ser considerado un “simple mediático”. ¿A favor? Hacerse entender. Lograr que el público comprenda algo de la complejísima teoría psicoanalítica, que por cierto vino siendo golpeada (y desplazada) por psicoterapias de corto plazo. “Tenemos que dejar de hablarnos entre nosotros, los psicoanalistas, en un lenguaje teórico que sólo comprendemos nosotros mismos, y hacer que los temas y conceptos sean más claros para el público”, lanzó.
Por eso cuestiona ítems que están en el tapete noticioso, como la relevancia de los Trastornos del Déficit de Atención (TDA): “No estoy de acuerdo con ciertos trastornos que se tratan con medicación, lo que acá en España llaman ‘la pastillita de portarse bien’. No son tratamientos sino taponamientos. Si tomo un analgésico, se me pasa el dolor de cabeza, pero no sabré por qué me dolía inicialmente. El diagnóstico del TDA no te permite ahondar en el origen del malestar o la inquietud del niño”.
-¿Cómo se relacionan las preguntas que se hacía Sigmund Freud con las que se hacen ustedes ahora?
-No hay mucha diferencia en cómo trabajamos. Lo revolucionario de Freud fue el descubrimiento del inconsciente, tan vigente como hace 150 años. Freud no se imaginaba que en 2019 estaríamos tratando un niño mediante el juego. Puede que haya habido un avance. Pero históricamente el psicoanálisis se ha ocupado de curar trastornos mentales a parir de la palabra, y esto sigue vigente en el siglo XXI.
-En otra entrevista habló de la importancia de cambiar las dinámicas familiares. ¿Cuáles son y por qué hay que cambiarlas?
-En la época de Freud, la función materna estaba más definida. Esa época era más rígida, pero hoy prima la hiperactividad, la manía ligada a una sociedad competitiva y de la inmediatez. El concepto que quiero traer es que antes la figura paterna ponía más distancia, pero no estaba en entredicho. Hoy el saber de los padres está caduco. Sabe más Google que los padres o los maestros de la escuela. Todo esto termina derivando en una “adolescentización” de los padres, que no ponen límites y aceptan lo que los niños imponen: meterse en la cama con ellos o no dejar la lactancia materna. El pecho que tapa la boca del niño.
Todo está en “la culpa”, dijo el experto: “En el consultorio, los padres me dicen: ‘Estoy tan poco tiempo con mi hijo, que ¿por qué le voy a negar lo que me pide?’. O, ‘para qué voy a pelearme para que coma brócoli. Si quiere fideos le hago fideos y me evito una pelea en el poco tiempo que estoy’. No quieren conflicto. Pero surge una onmipotencia infantil. El niño se vuelve el gran dictador y el mundo gira a su alrededor. Como dijo Freud, ‘su majestad, el bebé’”.
Otro tema álgido que le preocupa a Knobel Freud es la solicitud de cambio de género en favor de niños que se autoperciben niña, y visceversa: “Entramos en la cuestión de quién decide qué. Si una madre me dice ‘mi hija Laura se quiere llamar juan’, le digo, ‘ok, trabajemos con Laura y Juan, y si es un tema de identidad de género, se verá’. Pero la identidad no nace de la nada como si fuera un repollo”.
Según el experto, “la necesidad de cambiar la identidad de género nace de cómo ha sido mirado y educado ese niño por sus padres. No me preocupa que le cambien el nombre, pero me parece nefasto que los empiecen a hormonar, como está pasando en España. Las hormonas traen efectos secundarios indeseables, como depresiones con tendencia al suicidio”.
Para Knobel Freud, “hay una complicidad de los padres en estas decisiones. Así se deja de lado que para los chicos vale todo: un día son Batman y al otro día, la Mujer Maravilla. Decidir ser trans antes de la pubertad es delicado y creo que los adultos están decidiendo por los chicos”.
En esa interferencia, “los adultizan, como si los chicos pudieran decidir su sexualidad tan tempranamente”, dijo, y ejemplificó: “Pasa en los programas de competencias de cocina o de canto, que tienen su versiones infantiles. Entonces uno ve a esos pobres chiquitos de 9 o 10 años vestidos como adultos y cortando cebollas como adultos, o cantando ‘Devórame otra vez’. ¿Por qué no los dejamos ser niños?”
“Los padres tienen miedo de que sus hijos no los quieran, pero caen en una dejadez de la función paterna. Luego se quejan de que sean hiperactivos pero les demandan estar hiperadultificados”, señaló. Y tomando palabras de la historiadora y psicoanalista francesa Élisabeth Roudinesco, concluyó: “Son padres adolescentes de niños adultizados. Así no los pueden cuidar. Como dijo Roudinesco, el desorden familiar está más desordenado que nunca”.