¿LA GENERACION Z SABE MAS SOBRE TEMAS DE GENERO?

Para qué tirar una piedra cuando podés tirar un salvavidas. Con esta frase comienza Liza, de 15 años, su definición de feminismo. “Lo mejor que podemos hacer los varones es aprender del feminismo y cambiar”, dice Benito, de 18 años. Algunos varones no se declaran feministas porque es el turno de ellas, admiten, pero hablan de acompañar y adherir. En cambio, el ciento por ciento de las mujeres se declaran feministas y lo viven como la única manera de mirar la vida. Frases como “El feminismo me salvó” o “Le puso nombre a cosas que yo no podía”, son una pequeña mues

tra de que la Generación Z ( los nacidos entre fines de los ‘ 90 y comienzos de los ‘00, también llamados centennials) cambió la mirada y ya no quiere más el mundo en el que crecimos y nos educamos. Entonces, ¿por qué no oír a los Z a ver si nos enseñan a perder prejuicios y tabúes sobre cuestiones de género?

Como ideóloga y directora de Alabadas.com –un sitio que defino como un Acelerador Cultural en Equidad de Género–, decidí trabajar este tema. Así fue que convoqué a treinta y seis jóvenes de diferentes ámbitos socio- culturales, de entre 15 y 22 años, que llegaron a la entrevista quince minutos antes de lo pactado porque querían hablar. Confiaban: no pidieron las preguntas de antemano. Contemplé la posibilidad de preguntar: “Cómo piensa tu grupo de referencia”, por si se presentaba la dificultad de responder en primera persona. No hizo falta. Con frases que a todos, los que estábamos detrás de cámara, nos cortaron la respiración en varias oportunidades, respondieron en primerísima persona y con celeridad. Atentos a sus límites, más de una vez recibí un “No tengo una opinión formada sobre eso” o “Dame un minuto que lo pienso”.

Autocuestionarse. Si hay algo que define al menos a estos treinta y seis “chiques Z” es el valor, la capacidad de mostrarse vulnerables, de cuestionar a los docentes, al sistema educativo, a

sus familias y ser fiel a sus pensamientos en una justa medida entre cierto enojo con el pasado, la compasión y la capacidad de pensar acciones concretas. Del encuentro, ya podríamos sacar algunas conclusiones sobre una forma de ver el mundo en común. Lo más notable: son conscientes de que aún queda mucha tela por cortar, incluso en ellos mismos.

Las creencias viejas los asaltan en más de una oportunidad, pero dicen darse cuenta y tratar de corregirlas de inmediato. Ahora sí, la competencia entre mujeres es la más visible de las creencias patriarcales a desterrar por las jóvenes. Aun así, aunque reconocen que cada vez más la sororidad está salvando vidas. Confiesan que aún se encuentran a sí mismas criticando a otra mujer aunque sea solo en sus pensamientos.

Las militantes más férreas dejan ver un dejo de discriminación cuando hablan sobre estereotipos de belleza instalados, versus las que aún los mantienen aunque no por eso están menos comprometidas con el movimiento. Pero ante la pregunta de si el feminismo militante discrimina a las diferentes – no menos comprometidas–, reflexionan y aceptan que es el vestigio de las viejas creencias impuestas que aún les quedan por desafiar. Reconocen que la mayor resistencia está en algunos varones que aún no entienden muy bien lo que está sucediendo. Eso se manifiesta a través de los chistes machistas o de la utilización de palabras como “gay” en forma de insulto.

Binarios y disidentes. La consigna de la entrevista fue: “Lleven un objeto que los identifique”. ¿Un celular? No. Sorpresa: “el cuaderno”, uno de papel, fue la gran vedette. Para algunos significa la cajita en la que guardan las ideas, sus poesías, simples anotaciones. Alguien trajo una raqueta, por el movimiento de mujeres en el tenis. Otra, un barquito de papel, representando la deconstrucción y construcción personal y social. Hasta apreció una Mamushka, a la que Nicolás relacionó con su mundo interno, privado.

“Con el papel sólo no hacemos nada, si la gente no le da validez”, dice Eugenia (17años), cuando le pregunto sobre la aceptación en sus círculos cercanos de otras identidades, y mencionó la Ley de Identidad de Género. No distinguen entre binarios ( los que separan los géneros en dos: mujeres y varones) y disidentes ( los que no aceptan que sólo haya dos géneros), porque para ellos todos somos seres humanos y punto. Reconocen que esta aceptación sucede en sus círculos cercanos, pero que en la calle y en las familias es otra cosa. Recalcan la resistencia de las familias, como Ani que sale con una chica y cuenta que un familiar le dijo: “¿Ah, entonces no sos mujer?”. Y estamos en 2019…

Repudian la violencia contra los géneros disidentes en la calle y reconocen que en las instituciones educativas, muchas veces, no saben cómo manejar el tema. Convencidos de una nueva masculinidad se pintan las uñas. Fausto y Nicolás lo hacen, y uno dice: “Más bien, la cuestión es que el colectivero no me incomode a mí porque tengo las uñas pintadas”. Toman represalia por mano propia cuando pueden, y lo atribuyen a la falta de justicia. Todos avalan el “escrache” como metodología para cambiar un modelo patriarcal, modelo que los une en la lucha. Le dedican elogios al lenguaje inclusivo, que algunos usan en nuestra conversación, y al igual que Vicky –quien opina que “el movimiento feminista busque un espacio de lucha en el lenguaje me parece súper válido”–, todos lo creen necesario.

Composición tema: la educación. Sobre todo, se informan por Internet y por conversaciones con amigos. La ESI (Educación Sexual Integral) brilla por su ausencia desde los colegios privados más caros hasta en los públicos más progresistas. Muy pocos reciben información en la casa y detallan que lo poco que vieron sobre educación sexual fue desde el punto de vista biológico y binario.

Algunos cuentan que se enfrentaron con profesores más abiertos a los que preguntarles y ampliar el diálogo. Mientras otros, con un dejo de bronca, confiesan haber presenciado cómo un profe le ponía un preservativo a una banana cuando solo tenían trece años en un aula nerviosa y risueña. Hay tabúes aún sobre la identidad de género en los ámbitos educativos, y ni qué hablar de los métodos de cuidado en una relación lésbica, cuando el poco contenido propiciado se enfocó en las relaciones heterosexuales y en la prevención del embarazo. Describen lo sexual como un acto de reproducción puro, sin tener en cuenta el placer y mucho menos una relación no binaria.

Cuestionan la relación que tiene la educación con las preguntas y el poder de los docentes en las aulas. Dicen cosas como: “Cuando hablamos de feminismo, se requiere un cambio institucional”; “Les jóvenes estamos más adelantados en el debate que les docentes”; “Es necesario que los docentes se capaciten en perspectiva de género porque los alumnos ya no somos un papel en blanco que hay que llenar”. Se ven como educadores de sus docentes y de sus padres y les cuesta comprender que los adultos no los vean así. Repudian la bajada de línea y el uso y, muchas veces, el abuso de poder de los directivos y de los docentes en el aula. Son conscientes de que el ejemplo debería bajar de las altas esferas, pero no encuentran respuestas en los supuestos líderes educativos sino trabas y decepciones.

Por eso, piden a gritos una educación que integre todas las perspectivas, y que las instituciones educativas sean ámbitos de crecimiento personal. Quieren a los docentes como facilitadores de un pensamiento libre. Un nuevo horizonte comienza con la empatía: “Como varón me pregunto, dado los límites de la empatía, si alguna vez voy a entender de verdad lo que siente una mujer aunque esté empecinado en hacerlo –que lo estoy–, pero no sé, si alguna vez podré saberlo de verdad”, asegura Mariano, de 17 años. Todos coinciden en algo : La igualdad de género no es negociable.

Fuente: Revista Viva