En los salones sociales descolla luego la figura de Mariquita Sánchez que, en 1823 y asociada con las reformas rivadavianas, encabezará la Sociedad de Damas de Beneficencia, acompañada por un puñado de muy ninguneadas “esposas de…”.
A su turno, Encarnación Ezcurra y Manuelita Rosas,‒madre e hija,‒ serán referentes políticas inexorables durante las dos décadas del “rosismo” y, desde el mundo de las letras y el periodismo‒cuando esas profesiones eran una‒, Juana Manuela Gorriti, Rosa Guerra y Juana Manso –vinculadas con los unitarios-‒ y Eduarda Mansilla, emergen por sobre su generación. Durante siete décadas, en efecto, son más que escasas las mujeres que alcanzan notoriedad.
En ese marco de un mundo masculino, cobra mayor dimensión aún la figura iluminadora de Juana Manso a quien debe reconocerse como la primera feminista rioplatense, no solo por su personalidad sino, además, porque partiendo desde el llano bregó de modo consciente por la defensa de los derechos de la mujer.
En 1852, en Brasil, publicó el Jornal das Senhoras y, en 1854, en Buenos Aires, el semanario Álbum de Señoritas. Por ello, es necesario precisar que, dado que desde 1859 fue “apadrinada” por Sarmiento, la historia tendió a presentarla como una especie de sombra femenina del gran sanjuanino. Si ese vínculo resultó decisivo para que adquiriera notoriedad –lo que, por cierto, le trajo no pocos inconvenientes y disgustos-‒, no es menos cierto que Juana Manso alcanzó planos desusados para una mujer de su época, sobre todo, por su desarrollo independiente como una pensadora aguda y crítica.
Fue la primera directora de la Escuela Normal Mixta Nº 1 y la principal sostenedora de los Anales de la Educación, en cuyas páginas postuló el aprendizaje basado en la observación y la reflexión y el respeto a las necesidades y grados madurativos de la niñez.
En 1862, escribió el primer manual de historia argentina y, bajo la presidencia de Sarmiento, acompañó la fundación de más de treinta escuelas con bibliotecas públicas; introdujo el inglés, las planillas de asistencia, los concursos para puestos directivos, los cursos de perfeccionamiento pedagógico y promovió un proyecto de profesionalización docente en la legislatura porteña. En 1869 y 1871 fue la primera mujer vocal del Departamento de Escuelas y de la Comisión Nacional de Escuelas.
Sarmiento no la “descubre” sino, simplemente, quien la anima a más: “Escriba, combata, resista. Agite la olas de ese mar muerto cuya superficie tiende a endurecerse con la costra de impurezas que se escapan de su fondo, la colonia española, la tradición de Rosas, vacas, vacas, vacas. ¡Hombres, pueblo, nación, república, porvenir!”.
Ambos eran cosmopolitas: Juana residió en Brasil, Cuba y Estados Unidos lo que amplió sus horizontes y la acercó a las ideas más modernas y a la prédica por la libertad religiosa, el matrimonio civil y el laicismo, aspectos centralesde sus concepciones progresistas: coincidieron así en poner en discusión un modelo de país.
Las ideas feministas de Manso se acompañan de reclamos sociales y de la vigencia plena de derechos para todos, como los aborígenes y los descendientes de personas esclavizadas‒ para que se convirtieran en ciudadanos plenos.
El camino era el de la educación en espacios que posibilitaran la igualdad de oportunidades y el de las escuelas “mixtas” que rompieran con el prejuicio que pesaba sobre las capacidades intelectuales de las mujeres. Manso, como Sarmiento, es mentora del indelegable papel del Estado como garante fundamental de la “elevación” de todos los sectores postergados.
Feminismo y educación, dos temas contemporáneos que implican dos desafíos sociales de enorme magnitud. En el primero de ellos se registran avances notables y un creciente compromiso colectivo; en el otro, décadas de postergación y decadencia del sistema. Ambos, como insistía Juana Manso en los albores del capitalismo argentino, eran estratégicos e iban de la mano. La pansofía –el conocimiento al alcance de todos‒- es, tal vez, el máximo desafío de la humanidad y su logro implica la más completa igualdad de género. Volver a leer a quienes avizoraron un mundo “utópico” y trataron de construirlo cuando todo era más sencillo –la ciencia y la tecnología, la política y la economía-‒ brinda una perspectiva útil para abordar los problemas que aparecen ahora como muy complejos.
Son miradas “de otra época”, pero aportan notas esenciales que sirven como paradigmas de la buena política: austeridad en los funcionarios y ética de la transparencia; democracia sin manipulaciones; valores ecuménicos como antídotos de la anomia; educación de calidad y valorización de la docencia como capital estratégico. Ese es el legado vigente de la gran Juana Manso, a 200 años de su nacimiento, “el único hombre que comprendió mi obra de educación”, como subrayó, con un matiz irónico, el “maestro de América”.
Ricardo de Titto es historiador (Archivo General de la Nación). Autor de “Yo, Sarmiento” (Ed. El Ateneo).
Fuente: Diario Clarín
Fecha: 26/6/2019