Los defensores del Green New Deal (“Nuevo Consenso Verde”) dicen que hay gran urgencia en afrontar el cambio climático y destacan la escala y el campo de acción que se requiere para combatirlo. Tienen razón. Utilizan el término “New Deal” para evocar la respuesta masiva de Franklin Delano Roosevelt y el gobierno de Estados Unidos a la Gran Depresión. Una analogía aún mejor se podría hacer con la movilización de este país para pelear en la Segunda Guerra Mundial. Los detractores preguntan “¿Podemos costearlo?” y se quejan de que quienes proponen el Green New Deal confunden la lucha para preservar el planeta, con la cual todo individuo prudente debería concordar, con una agenda más controvertida que tiende a la transformación social. En ambos planteos los detractores se equivocan.
Sí, podemos costearlo, con políticas fiscales adecuadas y voluntad colectiva. Pero más importante, tenemos que costearlo. El cambio climático es nuestra Tercera Guerra Mundial. Están en juego nuestras vidas y nuestra civilización como la conocemos, al igual que ambas lo estuvieron en la Segunda Guerra Mundial.
Cuando EE.UU. fue atacado durante la segunda guerra nadie preguntó “¿Podemos afrontar el costo de entrar en la guerra?” Era una cuestión existencial. No podíamos afrontar no entrar en ella. Lo mismo ocurre con el cambio climático. Ya estamos pagando los costos directos de ignorar el problema aquí: en los últimos años el país ha perdido casi el 2% del PBI por desastres relacionados con la cuestión climática, que abarca inundaciones, huracanes e incendios forestales.
El costo para nuestra salud debido a enfermedades relacionadas con el clima se está calculando, pero también va a llegar a decenas de miles de millones de dólares, para no mencionar la cantidad de vidas perdidas aun sin contar. De una forma u otra vamos a pagar por el cambio climático, de modo que tiene sentido emplear el dinero ahora para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero que esperar más y pagar mucho más por las consecuencias, no solo del clima sino también por el aumento de los niveles de los mares. Es un cliché, pero cierto: más vale prevenir que curar.
La guerra al cambio climático, si se lleva a cabo correctamente, sería buena para la economía, así como la segunda guerra preparó el terreno para la época dorada de la economía estadounidense, con la tasa de crecimiento más rápida de la historia del país en un marco de prosperidad compartida. El Green New Deal estimularía la demanda, asegurando que se utilizaran todos los recursos disponibles; y es probable que la transición a la economía verde diera comienzo a un nuevo boom. El foco que pone Trump en las industrias del pasado, como el carbón, está estrangulando el mucho más sensato paso a las energías eólica y solar. Con la energía renovable se van a generar, por lejos, más puestos de trabajo que los que se perderían en la producción de carbón.
El mayor desafío será el ordenamiento de las fuentes de obtención energética para el Green New Deal. No obstante el bajo índice de desempleo que aparece en los titulares, Estados Unidos tiene gran cantidad de recursos subutilizados e ineficientemente distribuidos. La proporción entre las personas con empleo y las que están en edad de trabajar todavía es baja en EE.UU., más baja que en el pasado y que en muchos otros países y especialmente baja para las mujeres y las minorías.
Con un diseño organizado de las licencias familiares, políticas de apoyo y mayor flexibilidad horaria en el mercado laboral, podríamos incorporar a la fuerza de trabajo más mujeres y más ciudadanos que superen los 65 años. Debido a nuestra larga herencia de discriminación, muchos de nuestros recursos humanos no se aprovechan tan eficientemente como se podría o se debería. Junto con una mejor educación, políticas sanitarias y mayor inversión en infraestructura y tecnología -verdaderas políticas de oferta-, la capacidad productiva de la economía podría incrementarse y proveer algunos de los recursos que necesita para combatir y adaptarse al cambio climático.
Si bien la mayoría de los economistas coincide en que todavía es posible cierta expansión económica -producción adicional, parte de la cual debería utilizarse en la batalla contra el cambio climático-, persiste la controversia sobre cuánto podría aumentarse la producción adicional sin meterse en cuellos de botella al menos en el corto plazo. Casi con seguridad, sin embargo, tendrá que haber una redistribución de recursos para pelear esta guerra, como pasó con la segunda guerra mundial, cuando incorporar las mujeres a la fuerza laboral amplió la capacidad productiva pero no fue suficiente.
Algunos cambios van a ser fáciles como, por ejemplo, eliminar las decenas de miles de millones de dólares de subsidio a los combustibles fósiles y trasladar los recursos de producir energía sucia a producir energía limpia. Aunque se podría decir que EE.UU. es afortunado: tenemos un sistema impositivo tan mal hecho que resulta regresivo y plagado de vacíos legales que sería fácil recaudar más dinero al mismo tiempo que incrementamos la eficiencia de la economía.
Gravar a las industrias sucias, asegurándose de que el capital pague una tasa impositiva igual de alta que quienes trabajan para ganarse la vida, y eliminar los vacíos legales proporcionaría billones de dólares al gobierno a lo largo de los próximos 10 años, dinero que podría invertirse en combatir el cambio climático. Además, la creación de un Banco Verde de carácter nacional proporcionaría fondos al sector privado incorporado al cambio climático: dueños de viviendas que quieran realizar la muy rentable inversión en aislación térmica o empresas que quieran adaptar sus instalaciones en función de la economía verde.
Los esfuerzos realizados en la movilización de la segunda guerra mundial transformaron nuestra sociedad. Pasamos de una economía agrícola y una sociedad en gran medida rural a una economía industrial y una sociedad en gran parte urbana. La liberación temporal de las mujeres cuando ingresaron a la fuerza laboral para que el país pudiera lograr sus necesidades bélicas tuvo efectos a largo plazo. Es la ambición de los defensores del Green New Deal, en ningún modo poco realista. No hay ninguna razón por la cual la economía innovadora y ecológica del siglo XXI tenga que seguir los modelos económicos y sociales de siglo XX basada en combustibles fósiles, como tampoco hubo razones para que esa economía siguiera los modelos económicos y sociales de las economías agrícolas y rurales de siglos anteriores.