En los centros que existen en Buenos Aires, Tucumán y Córdoba hay colas extensas para usarlas. Un periodista de Clarín participó de la experiencia. No es considerado un producto médico y está fuera de la regulación de Anmat.
Sobre el pequeño escenario, un animador con gotas de transpiración en la frente y el micrófono en la mano lanza una última pregunta: “¡¿Quién quiere vivir mejor?!”. Más de 200 personas, sentadas en sillas o paradas a los costados, le responden a coro: “¡Ceragem! ¡Ceragem! ¡Ceragem!”.
A escasos metros, otras 20 personas reposan en angostas camas cubiertas de sábanas blancas. Se mantienen en silencio, como si estuvieran en una unidad de terapia intensiva. Acto seguido, sube al púlpito una morocha veinteañera de pantalones ajustados y exclama: “¡¿Cómo están todos?!”. Entonces la obra se repite. Serán 40 minutos de charla motivacional.
La situación es extraña. Forma parte del día a día del centro Ceragem, una empresa de origen coreano que desembarcó en la Argentina en 2008. Su negocio es la venta de camillas terapéuticas y de productos anexos que se comercializan en sus locales de Buenos Aires, Tucumán y Córdoba.
En cada salón los interesados reciben 40 minutos de “termo masajes” gratuitos en estas camillas provistas de un rodillo de piedra de Java calentada a 60 grados. El instrumento recorre la columna vertebral de manera automática desde el coxis hasta el principio del cuello.
No hay límite de sesiones gratuitas y los que la utilizan no están obligados a comprarla. La estrategia comercial oriental es a muy largo plazo. Los coreanos vienen asegurando desde 1998, año de la fundación de la compañía, que los efectos curativos son diversos y profundos.
Solo el centro que la firma tiene en Congreso recibe a 300 personas diariamente. Otras 600 personas siguen el mismo proceso en Córdoba y un número similar en Tucumán. Se estima que por los cinco principales locales que abrieron en el país transitan más de 18.000 pacientes de lunes a sábado. Casi 50.000 mensuales.
El servicio exige unos mínimos requisitos. Los interesados deben sacar un turno y quedarse a las charlas informativas. Los números comienzan a entregarse a las 5.30 de la mañana. En el local de Congreso más de 100 personas hacen fila para tomar la primera sesión de las 8 antes de acudir a sus trabajos. Los que recién aparecen cuando se abren las puertas saben que se quedarán en el lugar de dos a cuatro horas, esperando a que los primeros 150 concluyan su terapia. Hay 20 camas disponibles. A la mayoría no le pesa, al contrario, prefieren habitar el salón todo el tiempo posible.
“Hace cuatro años que vengo y estoy mucho mejor de la espalda, pero para que sientas que mejorás tenés que venir muchas veces, hay gente que lleva ocho años viniendo, desde que empezaron”, le cuenta a Clarín, Norberto, un jubilado de 62 años que viaja desde Avellaneda a Congreso. En uno de los folletos se explica que “la camilla es un termo masajeador” que aplica principios tales como quiropraxia, moxibustión, acupresión, termoterapia y masaje.
“Acá tenés tu turno, tenés que esperar pero no podes salir del salón”, le explica al cronista de este diario una joven que atiende a los ingresantes. La chica entrega una ficha de color que se cuelga al cuello. Cada color corresponde a un turno. En este caso, el “Naranja 24”. La espera será de dos horas entre las 8.30 y las 10.30.
El discurso de los empleados es una arenga publicitaria con dosis anecdóticas de su propia cosecha. Los tópicos: los beneficios de la camilla, la importancia de acudir diariamente y las virtudes de un flamante “rodillo facial”.
“Esto no lo paga nadie, hay algunos que me preguntan ¿pero esto lo hace Macri? ¿Lo paga el Estado? ¿Es de PAMI? No, esto lo hace un empresario que quiere el beneficio de ustedes”, explica uno de los jóvenes que ameniza la jornada.
El empresario se llama Facundo Kim. Según explican sus empleados de modo informal, Kim se habría hecho cargo de la representación a pedido de sus hermanos después del 2009. La empresa tiene su sede central en el Bajo Flores, adonde llegan las camas importadas y también se arreglan desperfectos.
El empresario aparece en los centros que posee en Capital sin aviso con el propósito de controlar que todo funcione correctamente y a saludar a los miembros de la comunidad. Le gusta tomarse fotos con sus clientes.
Ceragem es una multinacional que ha logrado una sorprendente penetración internacional. Tiene representación en 73 países en los que se distribuyen unos 3.000 centros. Se estima que la facturación anual supera los 200 millones de dólares anuales. Hay, por ejemplo, Ceragem en Botswana, México, la India y en Mongolia.
En sus charlas, los animadores explican que las camillas ayudan a contener diversas enfermedades. No obstante, no alienta la venta de las camas de un modo directo. El costo ronda los 180.000. Un asistente crónico desliza que se pueden comprar “con prestamos personales que te hacen acá, te hacen cuotas”. Los animadores explican que es imprescindible tomar un mínimo de 10 sesiones antes de adquirirlas. “Para que sepas qué estas comprando”, indica uno.
En el centro Ceragem se imitan las tácticas de una iglesia evangélica. Sin embargo, es una Iglesia sin Dios y en la que el credo gira en torno a la camilla. El objeto sanador. Porque el dolor es verdadero.
Sin estruendo aunque con perseverancia los empleados van anoticiando a su gente que “han llegado” algunos productos terapéuticos. El último de ellos es la “masajeador facial” a 1.200 pesos al contado y a 1.400 pesos con tarjeta. También hay stock de “Pulsera Ceratonic”, a unos 1.800, que “mejora la circulación”. Ambos están provistos de pequeñas piedras de Java. Otra posibilidad son la “C-Comfort Pillow” a 5.500 pesos, el “Masajeador de Hombros Healax Ceragem”, a casi 3.000 pesos, y diversos productos cosméticos.
La polémica ha rodeado el crecimiento de la empresa. En Estados Unidos, en 2005 la empresa tuvo que pagar 180.000 dólares por lo que el fiscal general, Greg Abbott, consideró un “fraude orquestado de salud a consumidor”. Los vendedores habían afirmado que el tratamiento podía curar el cáncer y enfermedades al corazón. En ese país, la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) autorizó las camillas para aliviar dolores provenientes de la artritis.
En la red existe un amplio debate al respecto. ¿Qué hay de real en todo esto? Algunos médicos opinan que los beneficios existen y que aun si la cama no logra remitir las enfermedades probablemente genere un alivio que no ofrece la medicina occidental. “Estas alternativas son evaluadas por lo que dicen que son y no por los efectos. La medicina tradicional se atribuye el efecto sanador, pero se olvida que también nosotros los médicos somos placebos”, explica a Clarín el cardiólogo y editor científico Daniel Flichtentrei. “Durante miles de años la humanidad sobrevivió gracias otro tipo de medicina. Diría que en los últimos cien está la medicina tradicional que tiene esa arrogancia espistemológica y descree de cualquier otra posibilidad”, afirma.
“Las personas somos producto de la naturaleza, somos multifactoriales, no hay que olvidar eso. Estas terapias nos hacen volver de algún modo a ese estado primitivo, en el cual está involucrada la energía entendida como eso que nos impulsa hacia adelante y a vivir”, agrega la psiquiatra del Hospital Británico Diana Berrio.
Poco después de su aparición en el mercado en 2012 los especialistas advirtieron sobre sus contraindicaciones y verdaderas posibilidades. “Estos masajes pueden ser útiles en patologías de origen muscular, como la fibromialgia y las contracturas. Pero utilizarlas en otro tipo de afecciones, puede ser contraproducente y siempre hay que consultar con un médico antes de tomarlos”, le indicó a Clarín el especialista en columna vertebral Pablo Platter.
Las camillas con los rodillos de java no figuran en las listas del Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT), puesto que no son consideradas productos médicos. Forman parte del amplio universo de las terapias alternativas donde existen no pocos grises.
No obstante, el ANMAT sí incluye en su catálogo de productos autorizados equipos electrónicos capaces de generar frío y calor y camillas para traslados. Las firmas orientales han combinado ambas herramientas en un único objeto que se mantiene por fuera de los requisitos técnicos de salud pública de numerosos países.
Pese a todo, la atracción que generan estas camas es irrefutable, según pudo comprobar Clarín. Cuando les llega el turno, los asignados prácticamente corren hacia las camillas. El porcentaje más alto acarrea sus propias sábanas. Los demás deben pedirlas al personal de limpieza. Al artefacto se sube descalzo, en remera y medias blancas. En un canasto de plástico son dejados el cinturón, la billetera, el celular y los zapatos al costado. Está prohibido tomar fotografías.
Apurado, se acomodan Ciro, de 90 años, que “antes caminaba así”, cuenta mientras se inclina hasta el piso. Y ahora anda erguido. También, Narciso de 85 años, otro “mejorado” por la piedra de Java.
La sensación es placentera. Según pudo experimentar este cronista, el rodillo caliente camina por la espalda y la relaja. No es mucho más que eso o no lo parece. Los empleados insisten en que 40 sesiones “es muy poco”.
El sentido profundo escapa a la mirada superficial. El centro es una combinación de espacio de recreación, digno de una kermesse, y propuesta de contención social. De hecho, cada 21 de septiembre los empleados se disfrazan y actúan para los presentes. El año pasado imitaron a la Vecindad del Chavo del 8 entre las camillas.
Un marketinero diría que “los fieles” que concurren a diario son un público cautivo.