Docencia e investigación genuinas para mejorar la calidad educativa universitaria

Por el Dr. Francisco
Antonio Vázquez
Profesor Titular de la Unne
Jubilado

Es una costumbre actual cuando se pretende resolver una situación conflictiva esgrimir el argumento del diagnóstico correcto como condición sine qua non (imprescindible) para superar el inconveniente.
Cualquier adulto mayor que haya transitado por la universidad seguramente reconocerá su evolución de los últimos 50 años y seguro podrá reconocer su deterioro en cuanto a la calidad educativa, desde el punto de vista físico y humano en muchos casos.


Es verdad que el deterioro de la calidad educativa de nuestras universidades es debido a un cúmulo de razones todas simultáneamente convergentes, pero hay algunas que se han impuesto desde hace unos años a esta parte que hacen daño profundo soportadas o sostenidas por el falso paradigma de que “el investigador es o será un buen docente” y sobre este falso paradigma se construyen sistemas de comportamiento y evaluación falaces a la hora de recoger resultados en cuanto a la transmisión del conocimiento y la formación necesarias en el proceso educativo universitario de calidad.
Para discurrir en este análisis ha de partirse de algunas  premisas elementales y fundacionales “nadie puede enseñar aquello que no sabe”, “quien no es capaz de transmitir e interesar no puede enseñar”.
Para presumir que se sabe o que por lo menos parcialmente se conoce sobre una disciplina sobre la que se quiere impartir conocimientos, no sólo hace falta haber leído o estudiado sino que es necesario también haberla practicado y más aún haberla aplicado. Esto quiere decir que haber comprendido y recitado textos no es suficiente si no se ha practicado y más aún aplicado lo que el recitado expresa. Aquí yace implícita “la experiencia”, vital condimento a la hora de sopesar la valía de un docente.

Decía un químico prominente del siglo pasado Isaac Kolthoff: “La teoría guía, la experimentación decide”. Aún en estos tiempos donde se supone que todo el conocimiento está disponible en una nube y sólo basta saber cómo y tener el elemento necesario para acceder a cualquier tipo de conocimiento, lo que no está ni estará disponible allí es la experiencia, esa que se transmite a través del contacto personal.
Está ya instalada como premisa en la universidad la necesidad de que la actividad del profesor debe estar dividida entre la academia un 30-40% y la investigación un 60-70% y de acuerdo a estos principios y al desempeño en estas áreas es luego evaluado para sostener un cargo o aspirar a uno mayor. Estas son básicamente las reglas del sistema para acceder o permanecer en cargos académicos.

Nadie puede negar la importancia del Conicet como organismo que contribuye al desarrollo y progreso de la ciencia, lo que no es enteramente cierto es que por el sólo hecho de pertenecer a este organismo se  adquiera el talento y la capacidad de docente.
La Universidad alberga a muchos de estos investigadores, les paga el sueldo y muchos de estos devuelven poco o casi nada a la academia ya que sus intereses están dirigidos hacia otro lado y no a la academia.
Las evaluaciones establecidas por el régimen contabilizan los desempeños en la academia (clases frente a alumnos en todas sus modalidades, antiguas, pero vigentes y modernas, virtuales) con un peso del orden del 30-40 % y por otra parte la producción científica (dirección de proyectos de investigación,  publicaciones, papers y transferencia al medio) en el orden del 60-70%.
Quienes aprenden las reglas, normas y secretos de la escritura de papers ya prácticamente tienen controlada su vida como profesor teniendo como ganada las sucesivas batallas de evaluaciones a la que el sistema lo somete periódicamente. La gimnasia de escritura de papers se aprende y la eficacia depende un poco de la habilidad del o los autores para lograr publicar en revistas con referato de mediana exigencia, muchas de las veces con datos muy escasos y en otros aplicando habilidad revisionista. Es verdad que la investigación engrandece los conocimientos del docente, pero un gran investigador no necesariamente termina siendo un gran docente.
Unas premisas necesarias para este análisis son: un buen investigador no necesariamente es un buen docente y viceversa; un investigador no necesariamente sabe lo que debe enseñar y no necesariamente sabe transmitir y en muchos de los casos ni siquiera tiene ganas de hacerlo. Por esto creo que el sistema de evaluación de méritos es altamente deficiente, ya que de hecho hay investigadores importantes o por lo menos con muchos pergaminos (léase curriculum) que son pésimos docentes, ya que son incapaces de transmitir su disciplina, hacerla entender y gustar, y, como consecuencia aprender.

Hoy nuestra universidad tiene en sus entrañas muchos de estos casos y se meritúa erróneamente calidad académica en ellos. Este concepto produce mucho daño porque deforma el sentido de la carrera docente, tanto es así que jóvenes con algunos escasos antecedentes en investigación ocupan cargos de profesores sin casi ninguna experiencia docente con el agravante de que por estos días los sistemas de evaluación los admiten. La posesión de antecedentes en investigación no acredita simultáneamente calidad docente. El descalabro es tal que en concursos recientes, aspirantes sin ninguna experiencia docente han accedido al cargo de profesor titular lo que representa una aberración del sistema actual. En otros casos, jóvenes sin experiencia académica están litigando con la Universidad bajo el argumento de que ciertos cargos disponibles les corresponden solo por el hecho de estar en esa cátedra.
El error que se está cometiendo en estos tiempos es cubrir cargos académicos con profesionales sin experiencia académica y peor aún sin trayectoria en ella. La experiencia académica en los sucesivos cargos de la carrera es vital y no deberían sortearse ninguno de sus peldaños, hasta tanto se la consiga.
Por supuesto que hay muy buenos docentes y simultáneamente investigadores y son los más. Tal vez un pecado sería que a sabiendas de la verosimilitud de lo afirmado en esta ocasión sean cómplices o partícipes del aval de aquellos que ocupan estadios en la academia aún sin merecerlo.

Decía José Martí: “Conozco el monstruo, he vivido en sus entrañas”, y aunque a algunos incomode, sé que en la quietud y el silencio de algún momento en soledad compartirán mis aseveraciones y la mayoría de las veces dado que no son políticamente correctas, las negarán.
Si se quiere revertir esta situación, los órganos de decisión deben corregir el sistema para encaminar nuevamente la academia universitaria hacia una mejora continua en búsqueda de la excelencia. Por supuesto esto requiere mucho coraje y patear unos cuantos nidos.