Capaces de aprender, a cualquier edad

Por Bernardo Stamateas
Colaboración Especial

¿Te gusta aprender? ¿O sos de las personas que creen que ya lo saben todo? Lo cierto es que, cuando de grandes nos negamos a aprender, estamos girando la llave para cerrar la puerta al avance y la mejora continua.

Cuestión de actitud
Para ser capaces de aprender, necesitamos adoptar dos actitudes fundamentales:

a. Admitir que no sabemos
Cuando yo sé que no sé, tengo la opción de decirlo, de preguntar, de pedir ayuda. Y tal reconocimiento me libera del miedo al ridículo que mucha gente tiene. Todos, sin excepción, tengamos la edad que tengamos, siempre estamos aprendiendo algo. Dicen los sabios judíos que todos podemos aprender de todo y de todos, todo el tiempo. Pero tengo que admitir mi falta de conocimiento en esa área para que se me abra la puerta al aprendizaje. El orgullo de creer que “ya lo sé” sólo me aleja de las mejores oportunidades en la vida.

b. Permitirnos ser torpes
Los bebés y los niños pequeños no le temen a la torpeza que todos experimentamos, en cualquier momento de la vida, cuando estamos aprendiendo. ¡Deberíamos imitarlos! Cuando somos chicos, no nos importa probar, caernos, equivocarnos, levantarnos y volver a probar hasta que eso se vuelve automático. Pero de grandes somos muy conscientes de los demás y tememos quedar como torpes. No tiene nada de malo que otros sepan que estamos aprendiendo. Y si alguien viene a burlarse o a criticar, sin duda, esa persona tiene serios problemas de autoestima.

Cada uno a su ritmo
No todos aprendemos al mismo ritmo. Por eso, debemos respetar nuestros propios tiempos para incorporar algo nuevo. Los genios que tanto admiramos no dudaban en arrojar a la basura el bosquejo de su obra y en volver a empezar hasta estar conformes. No le temían al ridículo porque procuraban mejorarse siempre a sí mismos. Pero en la vida diaria muchos, aun sin ser conscientes, se perciben como expertos (cuando en realidad no lo son) y evitan a toda costa pasar por el “no sé” y el “soy torpe”.
Esta actitud no nos permite crecer. Lo ideal sería reconocer en qué somos buenos (seguramente en aquello que ya hemos aprendido) y también en qué somos torpes y necesitamos practicar una y otra vez para incorporarlo para siempre. Si bien todos portamos en nuestro interior un deseo innato de avanzar y sentirnos autorrealizados, no todos están dispuestos a pasar por el proceso de aprendizaje.
Cuestión de interés
Ken Bain, un profesor universitario y autor estadounidense, dice que hay tres clases de estudiantes:

1. Los superficiales: son motivados por el miedo y sufren el aprendizaje que quieren sacarse de encima lo antes posible.
2. Los estratégicos: persiguen el reconocimiento y sólo están interesados en “la nota alta”. Sienten que estudiar los hace superiores al resto. Pueden ser buenos, pero son limitados.
3. Los profundos: poseen un interés real en aprender y desarrollan su curiosidad al máximo. Su motivación es interna y sienten placer al aprender algo nuevo.

¿Qué clase de estudiantes somos? Para aprender, necesitamos definir esto y siempre podemos escoger la mejor parte.

 

Problemas para olvidar

A medida que envejecemos, nos resulta más costoso aprender idiomas, memorizar datos, entre otros. Un estudio del Medical College de Georgia, en  Estados Unidos, sugiere que es debido a que el cerebro pierde la capacidad de filtrar solo lo relevante y de eliminar información vieja y obsoleta, más que a las dificultades para almacenar nuevos contenidos.
Según explica el neurocientífico Joe Z. Tsien en la revista Scientific Reports, este fenómeno guarda relación con el funcionamiento del receptor Nmda del hipocampo del cerebro, que se comporta como un interruptor para el aprendizaje y la memoria. Cuenta con dos subunidades: NR2B, que se expresa más en niños y permite a las neuronas comunicarse durante más tiempo; y NR2A, que empieza a aumentar su ratio a partir de la pubertad y va ganándole terreno al NR2B a medida que envejecemos. Simulando las proporciones propias de un adulto en ratones -es decir, más NR2A y menos NR2B-, los científicos comprobaron que los animales no eran capaces de debilitar selectivamente ciertas conexiones neuronales ya existentes (un proceso llamado “depresión a largo plazo”). Sin embargo, su cerebro conserva intacta la capacidad para establecer conexiones neuronales y formar recuerdos a corto plazo.
“Lo que vemos es que si en el cerebro solo se fortalecen sinapsis y nunca se liberan del ruido que crea la información que ha dejado de ser útil, surgen serios problemas”, aclara Tsien. Esto dejaría a las neuronas sin posibilidad de seguir “esculpiéndose” para almacenar información nueva. Y podría estar relacionado con el alzhéimer y la demencia senil.