La política latinoamericana sufre una crisis indiscutible, caracterizada por dos procesos simultáneos y que se retroalimentan: polarización y fragmentación.
El primero de los dos términos se registra en casi toda la región con distintos grados de intensidad. Se vincula con los valores ideológicos -que no han desaparecido de la política- que pueden ser caracterizados en términos convencionales como izquierda y derecha.
Esta polarización es muy clara en el país más grande de la región, Brasil. El presidente Jair Bolsonaro y el ex presidente Lula Da Silva hoy no parecen dejar espacio a alternativas de centro con vistas a la elección presidencial del 2 de octubre de 2022, aunque hay movimientos del ex presidente Fernando Henrique Cardoso para unir la oposición frente a Bolsonaro.
El resultado de la primera vuelta de la elección presidencial en Perú del 11 de abril, mostró una polarización extrema entre el candidato populista de origen marxista Pedro Castillo y la hija del ex presidente autoritario, Alberto Fujimori.
Ese mismo día, la segunda vuelta de la elección presidencial ecuatoriana mostraba una opción entre un empresario y banquero de centroderecha, Guillermo Lasso, y un candidato apoyado por el ex presidente Rafael Correa, Andrés Arauz.
La elección boliviana del 18 de octubre de 2020, en la que triunfó el candidato del ex presidente Evo Morales, mostró también un alto grado de polarización, acentuado por la crisis política que vivió este país el año pasado.
El estallido social en Colombia muestra una sociedad dividida que en medio de una fuerte crisis social y política no pierde sus referencias ideológicas, habiendo manifestado el ex presidente Álvaro Uribe su rol como líder del oficialismo y Gustavo Petro transformándose en la opción de los sectores moderados de la protesta.
El conflicto político venezolano tiene un componente ideológico indiscutible, entre un gobierno autoritario y una oposición dividida que reclama la vigencia de la democracia representativa.
Chile ha mostrado polarización ideológica en su reciente elección de constituyentes, combinada con una crisis de los partidos tradicionales y fragmentación política, siendo un arquetipo de la crisis regional. La primera vuelta de la elección presidencial será el 21 de noviembre y la segunda el 19 de diciembre. El año que viene la nueva constitución sería sometida a un referéndum revocatorio.
Argentina, con vistas a su elección legislativa el 14 de noviembre, muestra un clima de polarización política e ideológica, con la pandemia como campo de batalla, pero fuerzas políticas estructuradas. México la tiene antes el 6 de junio, con una fuerza populista no tradicional (MORENA) liderada por el presidente Andrés López Obrador, en la cual está en juego la mayoría parlamentaria.
La política centroamericana tampoco muestra un panorama calmo y estable. En Nicaragua, Daniel Ortega es un presidente autoritario que irá por su cuarta reelección el 7 de noviembre y habiendo sofocado violentamente las manifestaciones opositoras.
En El Salvador, el presidente Nayib Bukele acaba de destituir a la Suprema Corte tras obtener la mayoría absoluta en las últimas elecciones parlamentarias.
Pero esta polarización, que tiene un eje central ideológico, se da simultáneamente con la fragmentación de los sistemas de partidos tradicionales. Chile y Colombia, los dos países de la región más afectados por protestas sociales violentas, lo ponen de manifiesto. En el segundo, que realiza elecciones presidenciales el 29 de mayo de 2022, no queda nada del bipartidismo liberal-conservador que dominó el sistema político en la segunda mitad del siglo XX.
En Brasil, la irrupción de Bolsonaro fue un duro golpe para las fuerzas políticas del centro a la derecha. La segunda vuelta de la elección peruana del 6 de junio no registra vestigios del sistema de partidos tradicional.
En Ecuador, el presidente Guillermo Lasso tiene sólo el 15% de los legisladores. El sistema político tradicional en Venezuela entre democristianos y socialdemócratas, que dominó la segunda mitad del siglo XX, fue barrido por el Chavismo. Bolivia muestra nuevas fuerzas y coaliciones con débiles referencias a las fuerzas políticas del pasado.
El problema es que la gobernabilidad se hace más difícil en un escenario de polarización ideológica y fragmentación política.
A comienzos de los años 80, cuando empezaba en América Latina el proceso de democratización y salida de los gobiernos de facto, había un modelo claro: Estados Unidos y Europa Occidental mostraban dos fuerzas políticas, una de centroizquierda y otra de centroderecha, que se alternaban en el poder.
Ello permitía lograr los consensos y contener los extremos. Hoy ese modelo está en crisis en los países en los que se originó. El surgimiento de Donald Trump en Estados Unidos, que sigue dominando el partido republicano, y el avance de las expresiones de derecha nacionalista y de partidos verdes, han desarticulado la opción democristiana-socialdemócrata que dominaban en Europa Occidental.
Puesto en este contexto, quizás la crisis política latinoamericana es en realidad un capítulo regional de un fenómeno que está afectando a todo Occidente.