Alerta por la ludopatía: cada 12 horas alguien pide ayuda porque no puede dejar de apostar

Lo registraron en la red de asistencia a jugadores compulsivos de la Provincia, que atiende a los ludópatas y a sus familias. En la consulta, el 81% dice ir al bingo o al casino “todos los días”.

La ludopatía es una adicción. No a una sustancia, sino a una conducta. Los jugadores con la enfermedad no pueden parar de apostar, lo que tienen y lo que no tienen, en casinos y bingos. El trastorno destruye vidas enteras: se las devora. Es silencioso, ya que no se habla mucho por la vergüenza que sienten quienes lo padecen. Y es más común de lo que muchos creen: sólo en Provincia, cada 12 horas se recibe un pedido de ayuda.

Liliana y Ana sufrieron este flagelo por años. Las dos prefieren no dar sus nombres reales. No quieren que todos sepan que padecieron o padecen este mal. Temen por una condena o un prejuicio social que podría perjudicarlas en su vida y en su trabajo.

El Gobierno de la Provincia de Buenos Aires tiene una red de asistencia al juego compulsivo ( 0800- 4444000), donde ayudan tanto a los jugadores como a sus familias. Este año han recibido un promedio de dos llamadas diarias, es decir, más de 800 anualmente. “Muchos de los llamados son hechos por familiares, cuando se enteran de la patología del jugador”, explica Andrea Romano, psicóloga y coordinadora del Programa de Prevención y Asistencia del Juego Compulsivo en la Provincia.

Según las estadísticas del centro, que depende de Lotería de la Provincia, del total de llamados el 47% son mujeres y el 53% son hombres. Un 26% tienen 40 a 50 años; un 24%, de 30 a 40; y un 23%, más de 50. El 39% son casados y un 27%, solteros. Un 80% no fueron a la facultad y sólo terminaron la escuela secundaria (38%) o la primaria (22%). Además, el 52% son empleados. La gran mayoría (81%), en tanto, prefiere ir a los bingos y va a apostar todos los días. Y un 65% juega a los tragamonedas.

“En la Provincia tenemos 46 salas de bingo y todas tienen un programa de juego responsable para evitar justamente que la gente caiga en el vicio. También hay que decir que el jugar no es malo. El problema es cuando esto pasa de ser una diversión a una patología”, comenta Romano.

Esta línea delgada entre jugar por diversión y empezar a tener un comportamiento compulsivo puede cruzarse sin dificultad. Ana, que tiene 72 años y 47 de casada, recuerda perfectamente cuándo pasó por primera vez ese límite. En realidad, cuándo se dio cuenta de que ya estaba muy comprometida con el juego.

“Fue con mi cuñada, después de que ella saliera de una internación. Fuimos juntas al casino para divertirnos. Sólo había entrado en un casino dos veces antes nomás. La pasé muy bien. Después fui con mi marido al casino flotante de Puerto Madero. Le digo: ‘Voy un ratito y vuelvo’. Pero cada vez que entraba me jugaba la vida”, dice Ana, que tiene dos hijos.

Según Débora Blanca, psicóloga experta en este tipo de trastornos y directora de Lazos en Juego, la “ludopatía es una adicción comportamental, a una conducta. El ludópata se va intoxicando de juego. Su cabeza empieza a estar monopolizada por el juego. Saca plata de donde sea para ir a jugar. Si tiene que robar, roba”, explica.

El ludópata se intoxica de juego. Saca plata de donde encuentre para ir a jugar. Si tiene que robar, roba”.

Débora Blanca Psicóloga, experta en Ludopatía y directora de Lazos en Juego

Muchos llamados son realizados por los familiares. El jugar no es malo en sí mismo. Es un problema si se vuelve patológico”. Andrea Romano

Coord. de Prevención y Asistencia al Juego Compulsivo de Provincia

Liliana y Ana conocen esto muy bien. Ana dice que perdió en el juego el equivalente a dos departamentos. “Yo siempre manejé la economía de la casa. Y, cuando empecé a jugar, me quedaba con la plata de la cuenta de la familia para jugarla. En el momento que no tenía más, empecé a pedir créditos bancarios para sostener la fuente de dinero”, comenta Ana.

Liliana, que tiene tres hijos y vive en Berazategui, también se encargaba de las cuentas de la casa, las cuales

usaba para alimentar su patología. “Cuando ganaba plata, reponía lo que había sacado para que nadie se diera cuenta. Pero, cuando me quedaba sin nada y había perdido todo, tenía que sacar créditos de los bancos o inven

tar historias para que no se dieran cuenta que había sido yo quien se había ‘fumado’ la guita”, cuenta.

La mentira compulsiva es otro síntoma de los jugadores. “Los ludópatas somos muy mentirosos. Una de las mentiras es ‘gané’. Otra es ‘yo voy con cien pesos’, cuando en verdad se están jugando la vida”, resume Ana.

Liliana cuenta que, en su caso, las mentiras eran mucho peores. “Cuando no podía justificar la plata que faltaba, inventaba que la había puesto a plazo fijo o que me la habían robado. Hasta llegué a simular un secuestro

y a llamar a mi marido haciéndome pasar por otra persona. Él no me reconoció, llamó a la policía y se abrió una investigación. Después, tuve problemas con eso por falso testimonio”.

Roman Barrós, especialista en trastorno de ansiedad y adicciones comportamentales, y psicólogo en Lotería de la Ciudad de Buenos Aires, explica que la ludopatía “lleva a la gente a perder su familia, sus trabajos y sus amigos. Empiezan a pedir préstamos que no pueden devolver”, comenta y dice que los ludópatas jugan “para perder y justificar así volver a jugar”.

Barrós asegura que “el juego que genera mayor adicción en las personas son las máquinas tragamonedas. Tienen resolución inmediata y un ritmo de juego permanente. Y cada tanto dan pequeños premios. Eso estimula a buscar grandes premios”.

Los especialistas coinciden en que,

en el fondo, la ludopatía aparece cuando la persona necesita tapar pe

nas personales. Y que se da, mayormente, en aquellos en cuyas familias hubo un jugador. “Viene de herencia.

En muchas familias el juego forma parte del folclore familiar, a veces el chico joven, ya en la adolescencia, que es un momento de búsqueda de identidad, encuentra en el juego una distracción de esas angustias y del sufrimiento”, explica Débora Blanca.

Los expertos también aclaran que “jugar no es malo”. El problema es cuando se vuelve incontrolable y patológico. “Yo empecé como jugadora social. Antes de que todo se descontrole había estado dos veces un casino. Me encantaba, pero no jugaba. Porque sabía lo que era. Mi papá era jugador. Después, en el tratamiento, te das cuenta de que hay una genética o disposición familiar”, afirma Ana.

Arrancar con la terapia tampoco es fácil. Ramos aclara que los jugadores casi “nunca piden ayuda”. “Siempre es un familiar o un conocido el que llama para pedir asistencia”. El tema -cuentan los especialistas- es que los ludópatas ocultan su enfermedad por años y cuando sus familiares se enteran ya la persona está en una situación insostenible. “No te das cuenta. Al principio vas despacito y después vas al matadero. Ganaste diez mil pesos y lo vas dejando. Es un como un virus que te va invadiendo. Es silencioso”, describe Ana. Liliana y Ana cuentan que lograron salir de su adicción gracias a la terapia y al amor de su familia. “El apoyo de los que te quieren en esencial para curarse. Si no lo tenés, es muy difícil salir”, concluye Liliana.